L'home urbà

Año 1983
Género Performance
Obra L’home urbà
Presentación Festival Internacional de Teatre de Sitges
Premio Gran premio Cau Ferrat del XVI Festival Internacional de Teatre de Sitges

Al volver de un viaje a París, recibí una invitación de Ricard Salvat para presentar otro trabajo en el Festival de Sitges. Mi respuesta fue clara, sincera y despreocupada:

A. -Ricard, lo único que me apetecería ahora sería sentarme en un sillón en leer el diario tranquilamente
R. -Muy bien, ¿y por qué no lo haces?

A partir de ese simpático estímulo, empezaremos unos encuentros bien divertidos y creativos.

A. -Escucha, Ricard, y si en vez de eso, me hospedo en un hotel y el público puede entrar en la habitación a las 9 y media de la mañana y ver cómo me levanto, me lavo, me visto y salgo en la calle? Todo esto, claro, como si nadie me estuviera mirando. Y después todavía voy a tomar un café en la terraza de un bar, leo el periódico, etc. La vida cotidiana convertida en espectáculo.
Al poco tiempo,

R. -Albert, he hablado con los propietarios de un hotel que actualmente está abandonado y que es donde me gustaría llevar tu propuesta. Pero los bomberos no me dan permiso por peligro de derribo.

A. -Pues qué le vamos a hacer…Mira, ya lo tengo, allí en la plaza, bajo la iglesia, encima de la hierba, plantamos todo este recorrido. Ponemos una cama, un aseo para afeitarme, una oficina para pasar el tiempo, una bici para hacer ejercicio, una… Y me dedico a hacer la vida cotidiana frente a la gente dentro de este recinto.

Y así llegamos a lo que en un principio se tituló PARQUE ANTROPOLÓGICO: EXPOSICIÓN VIVA DE UN CIUDADANO

FICHA ARTÍSTICA

Creación y dirección Albert Vidal
Intérprete Albert Vidal
Art director Lucy Pinkus
Ayudante Lluís Quintana
Técnicos Ramon Ferrer Ripoll, Menut
Realización vestuario Josep Fernàndez
Grafismo Tiua
Peluquería Tito
Muebles Joan Almirall
Fotógrafo Leopold Samsó

Este acto tuvo una duración de 42 horas sin interrupción. ¿Qué significa esto? Pues que en cierto momento, el personaje se retiraba en una casita que tenía para cambiarse de ropa, se ponía el pijama, se lavaba los dientes y se acostaba. Y como estaba cansado, se quedaba dormido. No representaba que se fuera a dormir, se quedaba dormido. Su estado de hombre dormido seguía siendo teatro.

Pero ¿sabéis lo que pasó? Que a las 4 de la madrugada vinieron unos julays que nos querían robar el televisor. Yo me desperté por las voces y discusiones que tenían con mis dos ayudantes, que éstos sí estaban despiertos. Pero tuve el valor de no romper el personaje y, desde dentro de mi recinto, los miraba como si fueran simplemente unos espectadores desconocidos, sin abandonar mi personaje, nada más. No sé qué magia se creó, pero mis dos ayudantes finalmente ganaron la partida. Desaparecidos, el personaje volvió a dormirse.

La gran lección de teatro me la dio, como siempre, una espectadora, en este caso una señora de unos cincuenta años, y yo diría que ajena a los vanguardismos culturales. La señora me sorprendería en un momento de cansancio y con la guardia bajada, y me estaría distrayendo con el tacto del sillón de cuero donde estaba sentado. O sea, repito que por cansancio, sencillamente prescindía de los signos de las acciones banales que estaba realizando como ciudadano en exposición. Sólo tocaba el sillón, sin ningún significado. Justo en ese momento, la señora va y dice: -“¿Y por eso le pagan?”. Buenísimo. Tuve que comerlo, volver a levantar la guardia y, sí señores, seguir significando.

Un divertido encuentro fue con el poeta Joan Brossa, que asistía a la representación entretenido mirando al Ciudadano a través de una lupa enorme que separaba las dos miradas.

Lo que había empezado como un juego inocente sobre la banalidad y la vida cotidiana, con la actriz australiana, Lucy Pinkus, que había conocido en París y que me acompañó a Vidrà para montar este trabajo, mereció, sorprendentemente por nosotros, el Premio Cau Ferrat del Festival.

A los pocos meses, expuesto en un espacio del Zoológico de Barcelona, ​​precisamente el destinado a los chimpancés, el Home Urbà estaba en el lugar adecuado.


PRENSA

EL PUBLICO. Parque antropoloógico. La rara especie del hombre urbano. Xavier Fàbregas. nov/1983
EL PUBLICO. Albert Vidal: Yo quiería ser clown. Maryse Badiou.nov/1983


Qué sensación más bonita, despertarse en una jaula del zoo durmiendo al aire libre y con el tiempo adecuado para arreglarse y estar presentable cuando llegaran los visitantes.

El Hombre Urbano no hablaba, comunicaba con su presencia acciones y desplazamientos. Uno de los grandes aciertos de este trabajo era que iba vestido de una de las mejores sastrerías de Barcelona y estaba rodeado de muebles de diseño de última generación de esos años 80. Todo lo contrario de lo que el público esperaba encontrarse dentro de una jaula de un zoológico. Este hombre urbano era apuesto, elegante, inquieto, educado y sobre todo respetuoso con las personas que lo miraban.

Él no sabía quién tenía delante. No podía juzgarlos, y tampoco encontraba que pudiera ser juzgado. Era en cierto modo una mirada inocente y pura frente a otro ser humano, trascendiendo cualquier circunstancia. Qué misterio más bello ocultaban aquellos ojos que se encontraban en una misma mirada. De cerca, incluso podía llegar a juntar la frente con la frente o la mano de alguien, sabiendo que en ningún caso este acercamiento sería rechazado.

Paseaba ignorándose a sí mismo, tal y como podía hacerlo aquella pantera de Máscaras y Movimiento. Según ante quien, se paraba, como rehuyendo su perfil, como si perdiera la mirada hacia un paisaje lejano confuso, al igual que un venado mira a lo lejos con la sospecha de descubrir la silueta de algún depredador. El ser humano en estado puro, educado, salvaje, moderno y atávico. Todas las contradicciones de la existencia gobernadas por un ritual de memoria que le facilitaba sentirse en un hábitat familiar.

Se podía sentar en su despacho, mover mecánicamente la muñeca como si escribiera, o atender a una hipotética llamada de teléfono, aunque nadie hablaba. Sencillamente activaba un recuerdo, como el chimpancé que se columpia en la barra de hierro de la que no cuelga ninguna fruta. A la hora convenida, los trabajadores del zoo le traían la comida, que ponía en una bandeja, y comía absorto en el silencio y con la mirada vacía, una mirada que quizás se encontraba con la de alguien que la estaba observando. Al fondo, los chimpancés, en un recinto separado por un hoyo, creaban el perfecto complemento óptico, ya que ellos también se estaban comiendo su plátano y seguramente con la misma mirada perdida. Un extraño calor humano inundaba el lugar.

Por primera vez en el Zoo, los visitantes se estaban contemplando a sí mismos.

 

Este montaje se paseó por todo el mundo.

Cabe mencionar especialmente a las directoras del London International Festival of Theatre, que querían presentar L’Home Urbà en el Zoo de Londres. Pero había un problema, la dirección del zoo, el más antiguo del mundo, no estaba del todo convencida, entonces me dijeron: “Albert, la última posibilidad que nos queda es que vengas a Londres y los convenzas tú mismo , porque no lo ven muy claro”.

Conociendo la mentalidad anglosajona, me alojé en uno de los mejores hoteles de la ciudad, me vestí tan o más elegante que el Hombre Urbano y me fui a la entrevista con los directivos del zoo. Después de los saludos de cortesía, cuando había atravesado unos largos pasillos llenos de retratos y más retratos de todos los directores que había tenido el zoo, hice mi exposición en la sala de juntas de aquella institución.

Sabía que a la hora de hablar, mis gestos y el tono de la voz debían revelar la pureza de mi espíritu y demostrar lo plausible que era mi propuesta. Les expliqué que era muy interesante para un zoológico mostrar al ser humano como una criatura más de la naturaleza, con su cultura y sus mundos. Algo más les debía decir, pero ya sabéis que en estos casos son casi tan importantes las palabras que pronuncias como la energía que estás comunicando al transmitir tus ideas, y los seres experimentados es precisamente eso lo que leen.

A la salida, las directoras del Festival me felicitaron: «Vidal, no sabemos cómo te lo has hecho, pero los has convencido». El eco mediático fue impresionante. Después de esta muy representativa presencia en el London Zoo, el zoo por antonomasia.


PRENSA

UTRECHTS NIEUWSBLAD. Urban man acepteren als verschijnsel. Jan Jaap Berkhout. 11/juni/1987

 

l’Home Urbà va ser present en zoològics de més de quaranta ciutats de tot el món, entre elles,Zurich, Genève,Brussel.les,Roma,Londres, Colònia,Ouwehand, Tel Aviv, Quebec, Madrid, Miami…


PRENSA

EL 9 NOU. juny/4/ 1987

QUÉBEC, LE SOLEIL. L’homme urbain d’Albert Vidal: : une exposition vivante. Martine R.Corrivault. juin/6/1986

JOURNAL DE QUÉBEC. Une brève halte ou de longues heures. juin/8/1986

GENÈVE. Le spectacle marathon des cinq ans du Théâtre «Pluriel».Serge Bimpage. juin/12/1985

TAGES ANZEIGER. Ein Hombre urbano was ist das? juli/4/1984

PHOTO REPORTER. Urban man. nov /1984

PUBLIC. Albert Vidal: un revenant de choc. Daniel Jeannet. juin/1985


Siempre, en una de las cláusulas del contrato, exigía que a la hora de cerrar pudiera quedarme a dormir en el espacio asignado, y que también se me permitiera convivir, cuando fuera posible, con los animales que normalmente habitaban, en el caso de Londres, las tortugas gigantes de las Galápagos.

Recuerdo con mucho cariño la presentación del Hombre Urbano en el zoo de Zurich. Aunque no pude compartir el espacio con los osos que vivían en la zona que se me asignó, tuve ocasión de contemplarlos cuando lo recuperaron terminada mi intrusión. Los osos olían intensamente los lugares donde yo había estado, con un aire inquieto y, evidentemente, parecían enojados. Al cabo de unos instantes, empezaron a frotar fuertemente el cuerpo contra las paredes del recinto para volver a marcar su territorio. Menos mal que no tuve que volver a entrar para recuperar ningún objeto olvidado, porque si no, cuando me hubiesen olido no habría quedado de mí ni los zapatos.

Un caso muy curioso ocurrió con las continuas giras por zoológicos y plazas de todo el mundo. El Hombre Urbano iba perdiendo algo de inocencia. Ya empezaba a «actuar». Se estaba convirtiendo en un actor, en un performer que sabía hacer reír al público o distraerlo utilizando viejos trucos de representación. Todo iba demasiado bien, pero como dije años más tarde por boca de El Príncipe: “Desconfía del éxito como del más perverso de los consejeros”. ¿Dónde estaba esa mirada ausente bañada de amor que ignoraba toda la situación que le rodeaba? No la veía por ninguna parte; como tantas otras veces en mi vida, quería dejar el teatro.

Recuerdo que mi amigo Stavros Doufexis, director de teatro de nacionalidad griega y para quien había trabajado en Alemania como coreógrafo de actores, me dijo: “Me parece muy bien ese trabajo que has realizado en el Hombre Urbano, pero me pregunto qué más puedes hacer después y no encuentro la respuesta”.

Es verdad, terminadas las representaciones del Hombre Urbano, ¿Qué haría o me propondría después de haberme negado a la seducción? Unos puntos suspensivos deberían volver a alargar mi vida sin el impulso suficiente del viento para navegar.

Cuando esto ocurra, no debes preocuparte. Sencillamente debes saber esperar pacientemente. En ningún momento comprometas tu rumbo, ese rumbo que en la Caravana era entregarse a un objetivo desconocido. Nunca dejes de ser fiel a ti mismo, y el respeto que sientes por tu itinerario deberás saber reconocerlo también en los demás.

La presencia del Hombre Urbano en el zoo se nutría de cientos de miradas que le contemplaban con la misma energía con la que acechaban una cebra, un hipopótamo o cualquier otro animal. Esto, evidentemente, provoca una carga en el performer. Si me miras así, me estás comunicando que además de un ser humano también soy un mamífero en exposición. Y pasaba algo muy curioso que no sabría contarte científicamente pero sí puedo decirles qué sentía mi cuerpo: yo reenviaba esa mirada. Algunas células sentían el despertar de una memoria, posiblemente de las más antiguas que aún contienen las neuronas de nuestro cerebro y que es la memoria reptiliana, quizás la más oculta, escondida en el fondo de la cueva de la memoria genética y que veremos aflorar en este itinerario.

A veces, y esto eran memorias celulares más cercanas, lo que andaba podía ser un ciervo, un felino o cualquier otro animal. Era la maravilla de lo que yo llamo “la mirada resonante”. “Yo, ciervo, miro el ciervo que hay en ti”. Y así viajando sin límites a todas las manifestaciones de lo que existe. Vía Sagrada del Actor. Es el conocimiento por inmersión, o sea, para saber qué es una serpiente, una nube o un árbol, debo saber renacer en estas entidades. Por eso el mayor obstáculo es el ego, ya que si no me vacío no podré rellenarme con la esencia de lo que quiero conocer.

Debo decir que todas estas continuas y prolongadas representaciones, porque en cada lugar estaba una media de tres días, me iban afectando como persona de forma curiosa, ya que aquellos cientos de miradas descontextualizadas de visitantes de zoológicos de todo el mundo, mirándome sencillamente como un mamífero, me iban despertando células del hombre antropológico que llevaba dentro, ese hombre común a todos, sin nombre ni apellidos, ese ser puramente existente que ignora, acepta y celebra a la vez su vida como su muerte.

Quizá iba teniendo cada vez menos ganas de distraer y en cambio sentía cada vez más un impulso para fundirme con la pura esencia de la vida. Algo iba a llegar pronto. El Hombre Urbano no quería convertirse en el actor de la no actuación, porque estaría traicionando la esencia y el impulso que me llevaron a concebirlo.

De todas formas, entre el 83 y el 88, en los que despedí el montaje, la inquietud creativa fue dando luz a trabajos que orbitaban en torno al Hombre Urbano.

Quizá iba teniendo cada vez menos ganas de distraer y en cambio sentía cada vez más un impulso para fundirme con la pura esencia de la vida. Algo iba a llegar pronto. El Hombre Urbano no quería convertirse en el actor de la no actuación, porque estaría traicionando la esencia y el impulso que me llevaron a concebirlo.

De todas formas, entre el 83 y el 88, en los que despedí el montaje, la inquietud creativa fue dando luz a trabajos que orbitaban en torno al Hombre Urbano.